lunes, 9 de agosto de 2010

la Playa

Soplaba el viento calido del sureste cuando llegamos a la playa. Bajamos el camino, miramos al mar y sabíamos que estábamos en el Paraíso. Había que atravesar formaciones de arena fina y dorada que parecen montañas más que dunas. Seguimos andando, buscando un acantilado de roca para evitar el viento. Ibamos sonrientes con las bolsas, la nevera, la sombrilla y ese halo de amistad. Milagrosamente la playa nos resguardaba del viento. Fruto, divertido, jugaba con los palos que le lanzábamos a la orilla, haciendo honor de su raza canina: perro de aguas. Al otro lado había menos gente y encontramos una cueva con sombra donde dejar los bártulos. Había estado varias veces en la playa ese verano pero ese me pareció el primer día de playa, la primera vez que miraba detenidamente el mar. Estaba turquesa. verde y la espuma era de un blanco marfil. Nos quitamos toda la ropa bajo la mirada cómplice de Fruto y nos untamos la piel de barro. Pareciamos indígenas perdidos cuando nos tendimos en la orilla de una cala más apartada a secarnos al sol. Y es que no teniamos prisa aquel día de silencio sólo roto por el sonido del mar pues nos sabíamos en la mejor playa del mundo. Una playa especialmente diseñada para días en que sopla el viento de levante.

1 comentario:

pablo dijo...

Resuena en mi "Estaba turquesa, verde y la espuma...". Ahora estás escribiendo. Bien.
Estoy de vuelta de Asunción, en Lima, me hubiera gustado hablar contigo para que me digas de cosas que ver, de personas que conocer.
Pablo Del Valle